El domingo último en el estadio Monumental un suceso inesperado empañó la fiesta del fútbol con la actitud de un inadaptado que arrojó un plátano al jugador del Melgar, Kevin Quevedo.
El racismo expresado en todas sus formas es un acto cruel y no debe ser aceptado en los espectáculos del fútbol por lo que se pide severa sanción al que arrojó el plátano.
Ese falso hincha debe ser sancionado y la mejor forma es inhabilitarlo de por vida su ingreso a los estadios. Un sujeto como este no debe pisar un escenario por su inaceptable comportamiento.
Ahora que la pandemia ha dejado de ser un problema de salud y los estadios abren sus puertas para el regreso masivo de aficionados, aparece este caso aislado de racismo.
Es condenable bajo todo punto de vista y cualquier medida que se tome servirá para que no vuelva a repetirse.
Sin embargo, se da el caso que todos los esfuerzos que se han realizado antes no sirven de mucho. Eso de salir con polos e inscripciones contra el racismo ya no cuaja. Tampoco las campañas y todo lo actuado sirve de poco. Con el tiempo queda en el olvido y no pasa nada con el agresor o agresores.
De hecho, se impone castigos severos tanto para los malos hinchas y contra los clubes que se preocupan en llenar los estadios y no direccionan esfuerzos para que el racismo deje de ser parte del espectáculo.
La historia señala que el racismo en el fútbol peruano se ha institucionalizado con muestras oprobiosas contra los futbolistas. Cristian Ramos, zaguero de Alianza Lima, cuenta que vivió en carne propia la amarga experiencia,
El zaguero mundialista señala que no hay una real abolición al problema porque se hace en forma tibia. “Con severas condenas se hará que se vaya en retirada estas muestras de odio hacia el prójimo”, dice con certeza en sus palabras.
Será la FPF la encargada de investigar y encontrar soluciones para que el problema del racismo deje ser un atentado contra el fair play. (Hugo Laredo)
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